Skip to main content

Y tú, ¿a qué le tienes miedo?

No nos engañemos, nos encanta el miedo. Lo buscamos en las películas y en los libros de terror, en los parques de atracciones, en los escape rooms… incluso a veces de forma inconsciente, por ejemplo, cuando ves un coche acercándose en la carretera y aún así decides cruzar corriendo… o cuando decides abrirte a alguien sin saber si te va a rechazar o no.

El miedo nos hace avanzar, superarnos y, quizás lo que lo hace másvadictivo, nos recuerda que estamos vivos.

Sin embargo, es una emoción un poco tabú en nuestra sociedad. Le ponemos etiquetas un poco negativas como “vergonzoso”, “débil” o “cobarde”. Nos enseñan que no hay que tener miedo, que lo importante es mostrarte fuerte y valiente.

Además, del miedo a veces pueden salir cosas que no nos gusten… como los ataques de ansiedad, el insomnio o las depresiones. Pero eso no significa que el miedo sea malo. Al fin y al cabo, el miedo es un mecanismo natural de nuestro cuerpo para asegurar nuestra supervivencia: si hay algo que pone en peligro nuestro bienestar, nuestro cerebro nos empujará a alejarnos.

En realidad, esto es muy útil en situaciones de vida o muerte, ya que si nos encontramos perdidos en la selva, y de golpe nos ataca un tigre, nos interesa que nuestro cerebro nos avise de que hay un peligro para salir corriendo y que no nos coma. Pero hoy en día no vivimos en la selva y, aunque nuestras probabilidades de recibir daño físico se han reducido, nuestro bienestar emocional cada día está más expuesto. La presión del trabajo, no cumplir con las expectativas de los demás (o de nosotros mismos), la soledad… Nada de esto pone realmente en peligro nuestra vida, pero para muchas personas es incluso peor que encontrarse con un tigre.

De lo que me he dado cuenta estos años es que estas emociones surgen de no conectar con tus miedos. Nos enseñan que tener miedo es malo, entonces es normal que no queramos reconocerlo en nosotros mismos.

Sin embargo, reconocerlo y valorarlo es una gran expresión de amor propio. Es elegir escuchar, y no ignorar, lo que hace sentir en peligro a tu cuerpo.

Cuando no conectamos con nuestros miedos, estos crecen y se manifiestan de muchas formas diferentes: enfermedades, cambios de humor, hiperactividad… En mi caso, se suelen manifestar como ansiedad, incluso llegando a producir ataques de pánico. No fué hasta que conseguí conectar conmigo misma, a través de la meditación y de la escritura, que empecé a visualizar esa ansiedad y, poco a poco, a reducirla. Cuando conseguimos volver a transformar el miedo a su forma original es más fácil poderlo entender y evolucionar. A veces, te darás cuenta de que ese miedo es solo un reto más en el camino hacia algo que te importa. Otras veces, detectarás cosas perjudiciales para ti y que no tienen sentido en tu vida.

Cuanto más conozco mis miedos más me doy cuenta de lo útil que son y de todo lo que me han aportado en mi vida. El miedo me ha hecho una guerrera. El miedo al fracaso me hace esforzarme en mejorar. El miedo a la soledad me hace ser mejor persona con los demás. Cuando tengo miedo a algo, procuro levantarme y no huir, y a eso yo le llamo valor y este solo puede nacer del miedo. No existe persona más valiente que la más miedica.

Por ese motivo, te invito a sacar a la luz ese lado oculto tuyo, que es en realidad el que más te quiere, a escucharlo y a aprender de él.

Quién sabe, igual os hacéis mejores amigos.

 

 

Autora: Marta Expósito

Practica meditación desde los 24 años.

Apúntate a nuestra newsletter y recibe más información